Las afinidades

Pocas veces el campeón de una competición gana por estar especializado en un ámbito del juego que domina a un nivel excelso y que oculta el resto de las carencias. Cuanto más larga es la competición, más difícilmente se da esa posibilidad. El ejemplo que asalta a mi memoria de inmediato es el de la Eurocopa 2004 que se llevó aquella Grecia convertida en búnker. Luego hay otros no tan claros, como la fase final de la Libertadores de aquel mismo año, que Once Caldas se llevó por pundonor tras batir a Santos, Sao Paulo o Boca, todos superiores sobre el papel, o la Champions que Di Matteo llevó a las vitrinas del Chelsea con un triple autobús y un par de heroicidades de Drogba en la final. Sin embargo, la mayor parte de los campeones a estos niveles se recuerdan como un buen equipo que supo mezclar las virtudes de sus jugadores en un sistema táctico con más de un registro. Me vienen a la cabeza la Francia del 98, con un eje defensivo muy fuerte y un serial de aportaciones que no se limitaban a la pericia de Zidane y Djorkaeff (es significativo que Blanc, Thuram o Petit anotaran en eliminatorias), o el Manchester del 99, la España del 2010, el Madrid de 2014, incluso los sucesivos Barcelonas campeones de Europa en este siglo, culminando con el de hace un par de días.

¿Y a que viene toda esta perorata? A que mucho se ha hablado del trío atacante como factor determinante de la temporada redonda del Barcelona. También de la ‘transformación luisenriquista’ del ADN azulgrana, de la que se ha llegado a decir que se basa en los contraataques, buscando así una dualidad que la enfrente a la sagrada posesión cruyffista y guardiolista. En mi opinión, lo que hemos visto, especialmente en los últimos meses, es un enriquecimiento del juego azulgrana muy bien llevado y que poco o nada tiene que ver con marcar otro estilo. Se trata, como casi siempre, de los jugadores y de su mezcla.

Recuerdo, y algún futbolero arrugará ahora el hocico, una antigua versión de un videojuego, el Pro Evolution Soccer. En ese simulador de fútbol había una opción dentro del planteamiento de las alineaciones en la que, a través de un gráfico, se elegía a un futbolista e inmediatamente sus diez compañeros se convertían en una cifra del 0 al 100. Era el porcentaje de afinidad con ellos, que variaba según el sistema. Aquella simulación (que poco afectaba luego al resultado de los encuentros en el videojuego) bien podría ser una metáfora (sí, simplista, pero efectiva) de lo que ocurre en fútbol real: los grandes campeones (e incluso, por qué no, los ‘especialistas’) reflejarían unos altos niveles de afinidad en muchos de los futbolistas, por lo menos los que actúan en posiciones colindantes. El Barcelona fue un ejemplo en una final en la que cada individuo jugó su rol en el engranaje de una forma brillante. Veamos algunos de esos ejes:

1. Se puede ver en la jugada del primer gol, que tapó la boca a los que decían que el Barcelona había perdido el gusto por la posesión y la maduración de la jugada. El eje Messi – Rakitic – Iniesta descolocó a un centro del campo formado por nada menos que Vidal, Marchisio, Pirlo y Pogba. Lo hizo con tres movimientos (carga a un lado, descarga al opuesto y entrada de segunda línea) y la inestimable colaboración de Neymar, capaz de aguantar el balón durante tres segundos, y Suárez, que primero fija a los centrales y luego despista a la ayuda de Evra.

2. No era lo que el espectador veía en cada jugada, pero estaba sucediendo: Busquets y Suárez formaban otro eje vital para el Barcelona. Con un desgaste tremendo, se acercaban o se separaban para inhabilitar cuanto pudieran a Pirlo y al compañero más cercano; además de tentar a los turineses con juntar las líneas del centro y la defensa mientras armaban el juego, ávidos los culés de provocar un error que desencadenara el robo y contraataque.

3. Hemos descrito una de cada: posesión primero, presión para el contragolpe después. Volvamos a la posesión con un eje majestuoso: Busquets – Iniesta. Los dos canteranos (y su precursor Xavi) son un seguro de vida en las finales, en las que entregarles un pase es asegurarse un par de segundos más para moverse, reorientar el juego o darle continuidad. No sólo jamás la pierden, sino que tienen el criterio para descargar, profundizar o conducir según convenga. Iniesta en particular agranda su historia para la estadística, siendo el único jugador que ha sido nombrado MVP en una final de Champions, una de Eurocopa y un Mundial. Y todo eso habiendo anotado un sólo gol en esos tres partidos. Por algo muy especial será, ¿no?

4. Rakitic – Alves: De nuevo, rock & roll. El croata y el brasileño son tan imprescindibles como Suárez para que Messi pueda funcionar en la banda…y en el centro. Con sus internadas por la derecha obligan a que el lateral izquierdo de turno  (Evra, para el caso) no pueda seguir al argentino e incluso arrastran a un centrocampista (Pogba, para el caso). El resultado sólo lo pudo arreglar el propio Evra con un partidazo en el que Messi encaraba en uno contra uno a Pirlo continuamente, duelos tras los que el francés tenía que aparecer de inmediato con varias segadas a vida o muerte en las que llegar unas décimas tarde significaba o bien tarjeta o bien dejar al rosarino encarado hacia portería y con al menos uno de los dos, Rakitic o Alves, solos en el flanco derecho del ataque azulgrana.

Los pulmones de Alves y Rakitic le permiten al argentino arriesgar a eliminar un par de rivales en conducción en muchas ocasiones, además de otorgarle siempre dos opciones de pase. El punto débil del Barcelona en las transiciones defensivas por la derecha ha desaparecido con el alto rendimiento de esta pareja descomunal, a la que le sobran piernas para hacer historia: ambos pudieron contener a un Pogba que se sentía líder (mención especial para un Alves 25 centímetros más pequeño que el francés) y en ataque se lucieron. Sólo la leyenda de Buffon le negó el gol a Alves, ubicado en esa ocasión como ¡segundo punta! Rakitic logró anotar haciendo de Lampard o de Luis Enrique (o de Raúl, su excompañero) en un movimiento inteligente que culminó una jugada colectiva con el uno a cero. Pero no sólo eso: el croata, que en las transiciones ofensivas alterna con Alves el rol que tenía Di María el curso pasado en el Madrid, acompañó todos los contraataques para generar superioridad numérica y pudo ser el gran protagonista del encuentro si Suárez no hubiera sido tan rápido en el 2 a 1. Sólo un paso por detrás andaba un Ivan Rakitic que había empezado esa jugada por dos veces (tras el ‘no penal’ a Pogba y tras la siguiente recuperación) al borde de su área y había acompañado la contra hasta el final, recuperando metros y metros con destino a la gloria.

Son solamente algunos ejemplos. Está también, obviamente, el trío de atacantes con mejores cifras goleadoras en una temporada. Messi, Neymar y Suárez hicieron dos o tres de sus jugadas clásicas el sábado, pero el partido sirvió para ver que el conjunto azulgrana combina muchos más ejes que lo hacen irreductible, desde la coordinación de Alves, Alba y Busquets para darle salidas a Ter Stegen con el pie hasta el regreso de una pareja de centrales, Mascherano y Piqué (en su mejor momento de siempre), pasando por los ya míticos Messi – Xavi – Iniesta, que si bien no jugaron juntos, sí se vistieron de regista del equipo sucesivamente, mareando a un rival en el que Pirlo, Marchisio, Pogba, Vidal, Evra y Lichsteiner veían continuamente cómo uno solo de los tres ases ‘guardiolistas’ agolpaba a tres y hasta a cuatro de los juventinos en seis metros escasos de terreno para, inmediatamente, esconder el balón y hacerlo desaparecer de su vista.

Todo ese trabajo es mérito de los jugadores y de su talento, pero también de la planificación y el armado de una idea de equipo y de la capacidad del cuerpo técnico para inocularles a esos jóvenes talentosos una gran riqueza táctica. El Barcelona del sábado tendría muchos porcentajes de matrícula de honor en un hipotético cuadro de afinidades entre futbolistas como el del videojuego, y eso gracias a un staff técnico que se merece algo más que patentar un ‘ismo’ que, con el afán de dualidades del mundo futbolístico, terminaría siendo infelizmente emparentado con el ‘bilardismo’ o el ‘helenismo’ en contraposición al ‘menottismo’ y al fútbol total. Si hay ‘luisenriquismo’, Luis Enrique y compañía merecen algo más que ser recordados por idear los terribles contraataques de tres genios sudamericanos. No son unos herejes, como algunos analistas respetables opinan.

P.D.: Ah, finalicemos con quien tiene siempre la última palabra: el azar o como ustedes lo llamen. Observará el lector memorioso que a ninguno de los campeones citados al principio del artículo, ni a los ‘especialistas’ ni a los ‘completos’, les faltó la suerte, eterna acompañante en la terrenal victoria. Grecia con la flor de Charisteas; Once Caldas desde los once metros con Boca; Di Matteo con los ‘drogbazos’ y los penales; Francia con el gol de oro de Blanc, los once metros ante Italia o el levantamiento de Thuram en semis; el Manchester con sus últimos minutos locos ante el Bayern, el Real con el cabezazo postrero de Ramos, el Barcelona del primer triplete con el mal despeje de Essien y posterior gol de Iniesta en Stamford Bridge; España con la punta de la milagrosa bota de Casillas.

Tampoco le faltó eso a este Barcelona dinástico tocado por la varita desde el tuétano (qué responsable de la Masía imaginó a los niños Valdés, Puyol, Busquets, Piqué, Xavi, Iniesta, Pedro y Messi haciendo esto) y agraciado este sábado de nuevo, aupado por detalles como una milésima de segundo de contrapié de un gran Evra, un mal remate de Pogba o Tévez o, simplemente, el aleteo de una mariposa. Aunque cuatro Champions después hay que reconocerlo: las dinastías trascienden al hado hasta casi invalidarlo.

Licencia de Creative Commons
Ciudad Artefacto by Sergi Falcó is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

Ahab y los argonautas

La figura más atractiva de este Barcelona, que es toda una constelación, resulta ser Luis Enrique. Queridísimo capitán de un Barcelona perdedor sobre el césped, luego alumno aventajado del mesiánico Guardiola en los banquillos, desengañado más tarde en su prometedora emancipación en Roma, agarró su cable a tierra en Vigo y, de repente, se vio de nuevo en el transatlántico azulgrana. Visceral desde siempre, ‘Lucho’ llegaba en agosto como aquel personaje de Robert Duvall en Apocalypse Now, ansiando los aromas de napalm por la mañana. De nuevo y más que nunca, se sentía el capitán Ahab. Le parecía ver, cada vez con más claridad, el lomo de aquella ballena a unas leguas de distancia. Como la vio aquel verano del 94, cuando las puertas del éxito se le cerraron violentamente, partiéndole la nariz. Como creía avistarla cada día que se enfundaba la casaca azulgrana a principios de siglo, y como la vio la jornada en que encaramaba al filial barcelonista, plagado de pequeños Mozarts, a una histórica tercera posición dentro de la selva de Segunda División, terreno de cazarrecompensas curtidos en mil batallas.

«Esta vez no se escapa», pensó el testarudo Ahab. Y agarró el timón de la Pequod… sólo que no era esa la nave en la que estaba al mando. En realidad, se encontraba en una Argo llena de farolillos y guirnaldas, y comandaba una tropa de argonautas que habían vuelto de su epopeya con el vellocino de oro hacía ya más de un lustro. Desde hacía un par de años, los héroes se la pasaban tomando ponche en la cubierta, recordando viejas hazañas con melancolía y la tristeza saturnina del que ha descubierto que la existencia termina siendo, naturalmente, derrota.

Desde ese punto, que podemos situar en las bruscas caídas en el Bernabéu (octubre), en Getafe (noviembre) o en Anoeta (enero), saltamos al día de hoy, al inexplicable y brillante triplete. Y las mediaciones que van de ese punto a este encierran toda la mística de un resultado perfecto, y sobre todo de un entrenador ‘boletaire’, como Jaume Sisa califica a esas figuras que emergen de repente y, contra natura, se establecen en el mapa histórico con un arraigo soprendente e inquebrantable.

¿Qué ha pasado en este lapso de tiempo? ¿Cuáles han sido estas mediaciones? En esas preguntas se concentra todo el espacio para las historias de vestuario y despachos que se difunden como leyendas urbanas. Hay quien dice que los argonautas reaccionaron, espoleados por lo que consideraban un insulto a su honor y, bravucones, lo apostaron todo a que volvían a emprender la travesía para birlarle al dragón algún otro objeto sagrado. Hay quien apunta que Xavi hizo ver a Ahab que ya tenía a Moby Dick en cubierta, moribunda, y que la solución era lanzarla al mar de nuevo para que hiciera de las suyas. Incluso hay quien dice que todo estaba planeado, que existía un ‘luisenriquismo’ previo al éxito ‘luisenriquista’ de los contraataques y la plasticidad táctica. Que Lucho y Zubizarreta (ese Isaac al que un presidente que creyó ser Abraham sacrificó desoyendo el aviso in extremis de Dios) ya habían previsto que la ballena necesitaba libertad y sal, de la que escuece pero cierra las heridas. Que los argonautas se iban a activar con algún estímulo doloroso y un par de nuevos héroes pujantes, ávidos de aventura.

¿Cuál es la verdad? No sabemos: no la queremos. El mito no sería mito y el juego no sería juego, y esto se convertiría en una historia de gestión y estrategia. Preferimos celebrar a ese tipo desubicado, a ese portavoz peleado con la prensa, a ese entrenador extraño con cuerpo de maratonista que al fin ganó, aunque fuera en la banda, en traje y zapatillas. Reconciliarnos con ese Ahab desesperante que terminó abrazado a la ballena.

 Licencia de Creative Commons
Ciudad Artefacto by Sergi Falcó is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

 

Futbolerías: Barça, Madrid, Manuel Jabois y Hernán Casciari

1. Confieso no haber leído casi nada de Hernán Casciari, artífice de la prestigiosa Orsai, antes de toparme hace un par de días con el famoso vídeo de Youtube en el que otro personaje, seguramente conocido, recita su cuento «Messi es un perro». Me ha maravillado.

No es del todo sencillo ser hincha (hincha de verdad, no simpatizante) del Barcelona cuando uno vive en Rosario. Las razones son lógicas, y eso a pesar de que el delantero culé es un hijo pródigo de la ciudad casi a la altura del Che (sí, el siglo XXI es así): acá hierve la sangre con Newell’s y Central, pero nadie salta de su asiento si el disparo de Leo en el 92′ sale lamiendo el palo corto de Casillas. En Rosario, el Lionel Messi azulgrana se contempla con el orgullo de una obra de arte universal hecha en casa, pero nunca como la encarnación de nuestras emociones. Dicho esto, la situación de este culé en Rosario es la siguiente: mis vecinos saben de mí porque pronuncio la zeta en los trayectos de ascensor, porque salgo a correr a la plaza vestido con una camiseta fluorescente y porque soy el loco que, desde enero, grita goles como un poseído a eso de las cuatro de la tarde, hora en la que los partidos más tempraneros de la liga argentina todavía no van ni por el calentamiento.

El caso es que la reflexión de Casciari me parece lo más acertado que se ha escrito nunca sobre Messi. Acompañada del vídeo de diez minutos de acciones en las que Messi no puede evitar levantarse como un muelle y seguir la jugada como un endemoniado cada vez que le dan una soberana hostia, ya es demencial. Recuerdo un post que escribí en otro blog hace ya casi cinco años, cuando el astro culé sólo contaba 23, creo. Ahí apuntaba yo que el precoz e ilustre Messi ya disponía de material audiovisual para componer una videoteca de sus goles, asistencias y diabluras mayor que el de casi todos los otros mitos de mayor edad o retirados del fútbol que se me podían ocurrir. Con el tiempo, ha multiplicado esa videoteca imaginaria, que sin duda deleitará a cualquiera que ame el fútbol. He visto varias de esas, además de la mayoría de los partidos que ha jugado, pero ha tenido que venir Casciari a mostrarme, en diez minutos, qué es lo que verdaderamente me emociona de Messi y lo hace distinto a mis ojos y a los de muchos. El tipo la sigue con la inconsciencia de un perro.

2. Manuel Jabois. Otro que, como Casciari, logra barnizar con una capa de belleza el comentario sobre el circo deportivo (ojo, y el político). Clicar para leer alguna de sus contracrónicas (o leerlo en general, en Jot Down, por ejemplo) es matemáticamente infalible para mí. Una muestra, su columna en El País digital sobre la eliminación del Real Madrid en las semis de la Champions League que, como quien se toma un café, Jabois parió una hora y media después del final del encuentro.

3. Diversas consideraciones.

-Primera, que Barcelona y Juventus son de los que mejor han administrado sus defectos y virtudes, acaso seguidos por PSG, Atlético y Chelsea, que han caído por razones varias. Punto a favor para Allegri y Luis Enrique, dos tipos que, en lugar de hacer una revolución total en dos equipos que pedían cambios, han sabido planificar, jugar sus cartas con sosiego y, sin acaparar el protagonismo, han encontrado el punto medio entre la identidad y la plasticidad de sus equipos.

-Segunda, sobre la fortuna, que es lo que le ha faltado a otros cuadros como Madrid, París o Bayern en el apartado de las lesiones. Así como Suárez, Piqué, Pirlo, Alba, Iniesta, Morata, Messi, Marchisio o Vidal llegan al tramo decisivo en una forma espectacular (cosa que en todos y cada uno de esos casos no apuntaba a ser así en momentos previos de la temporada), el Madrid es la otra cara de la moneda. Completó un tramo de octubre a diciembre con casi todos sanos y pletóricos, pero perdió por lesión a tres de sus hombres clave en el inicio de la cuesta, Modric, Ramos y James (además de la desconexión de cinco o seis partidos de Cristiano). En el esprint final ha vuelto a perder la manija (y la mordiente) del croata, además de Benzema, que es una pieza irremplazable. El PSG se encontró en el momento justo con las lesiones de David Luiz, Motta y Thiago Silva, tres puntales que en óptimas condiciones hubieran dificultado algo más la tarea al Barcelona en cuartos. La ausencia de Ibra y Verratti en la ida, por sanción, no ayudó nada. Lo del Bayern ha sido escalofriante y bastante ha aguantado. Imaginen que el Barcelona perdiera a Iniesta seis meses, Messi cuatro, Neymar tres, Piqué otros seis, Mascherano dos y Busquets otros tres. Pues eso, más o menos, le ha pasado a los alemanes, que han sobrevivido porque tenían una plantilla algo más larga. En el momento de la verdad, sin embargo, el tercer hombre más adelantado del Bayern en el partido en el que había que remontar un 3 a 0 al Barcelona… era Lahm. Guardiolada, sí, pero por necesidad. 

-Tercera, sistemas de once y de doce. El pecado del Madrid (uno de sus pecados históricos en este siglo, de hecho) es querer jugar con once como lo haría con doce. Ya perdieron una vez a Makelele entre los faustos de la llegada de Beckham y compañía, y ahora aparece un problema similar. El Real Madrid de los mediapuntas actual sería absolutamente invencible si jugara con doce: con Makelele o con Alonso. Pero al fútbol se juega con once. Tal y como se quiso convertir al Spice Boy en un Mauro Silva que también orquestara el juego largo, se ha querido convertir a Kroos, e incluso a James o Isco, en una mezcla de box to box, pitbull y artista de pincel que rarísima vez se ha dado en el fútbol de forma continuada: cada uno debía ser un Ruud Gullit en su mejor momento. Entre los tres han aguantado lo que han podido, pero ver a Vidal o Arda campar libremente a sus espaldas es ver al Madrid jugar a la ruleta rusa. Con esas premisas de juego se corre el peligro de que, en el momento de desenvainar, los esgrimistas se encuentren con un palo de escoba donde debía haber una espada punzante. Eso, sobre todo eso, contribuyó ayer a que el Madrid muriera de una forma tan extraña, sin siquiera sacar ese carácter arcano, ese martillo pilón letal que le distinguió del resto de clubes del mundo. Florentino juega al Pro Evolution Soccer con las herramientas del Risk (ojo a la adjudicación de toda una red de obras en infraestructura colombianas a ACS un mes después del fichaje de James, o al amistoso en Costa Rica que habían pactado para estas semanas), pero eso no siempre sirve.  

-Tercera, sobre jugadores clave que no están justamente valorados. A Morata se le valorará desde ayer, especialmente en Madrid. Un juego de espaldas, una fuerza y una picardía cuya pérdida tiene unas consecuencias equiparables en importancia a la marcha de Thiago del Barcelona. Otro delantero, este único en su especie: Benzema. El verdadero arquitecto del Madrid de las 22 victorias, el que permitió durante mucho rato que los tres mediapuntas de atrás pudieran usar su espada para cortar pases y no para atacar, el que te traza triángulos que nadie ve. Se ha lesionado en los días en los que era más necesario, y el madridismo se ha agarrado al clavo ardiendo de Chicharito, que… nada que ver. Otro jugador clave: Luis Suárez es probablemente el segundo jugador más importante del Barcelona. Sin medir metro noventa, sin ser una bala, sin ser el rey de la gambeta, el uruguayo arrastra a rivales a pares, creando unos pasillos que Neymar no veía desde hacía un par de años. En ocasiones, incluso machaca a los dos centrales él solito (hola, David Luiz y Marquinhos). Es el primer defensor y, lo más importante, contagia lo bueno y no se deja contagiar lo malo. Desde Eto’o no ha habido un futbolista de ataque en el Barcelona que no sucumbiera a los momentos de dudas existenciales de Messi. En la Juve, Marchisio: Pirlo y Vidal no podrían desarrollar naturalmente sus características diferenciales (lo cartesiano, uno, y la pura potencia, el otro) sin él.

-Cuarta, Ter Stegen es un portento. Lo malo: que lo sabe muy joven y antes de triunfar. Oblak, otra cosa espectacular.

-Quinta, un futbolista llamado a tomar el testigo de Xavi, Iniesta, Pirlo y Gerrard. Uno, clarísimo. Si nada le pasa, Verratti va a tener una de esas carreras de leyenda. Sí, Pogba o De Bruyne impresionan, pero son otra cosa: son Deco, Lampard, Schweini, Vieira, grandes jugadores. Verratti no ensaya la solución de la jugada. Como los cuatro primeros, la sabe de antemano.

-Sexta. Las caídas de los otros tres favoritos. Paris Saint Germain cayó por lesiones y ausencias, por tener a un rival en estado de gracia y por no darle galones a Lucas Moura. Todo bien con Cavani (otro jugador infravalorado) e Ibra, pero Moura, Pastore o incluso Verratti son la clase de jugador que puede salir de la presión que ejerce un Barcelona, un Chelsea o un Bayern. Le faltan uno o dos peloteros más. El Chelsea se fue a la lona por un ataque de manager general: Mourinho planifica y ejecuta, antes de la temporada y durante los partidos, en base a la idea de la solidez. Minimiza los riesgos pero a cambio, también termina minimizando las opciones de desequilibrio. Ramires o Willian a veces restan arriba lo que suman abajo y fiarlo todo a Hazard no siempre resulta. Imperdonable este año no haberse cargado a un París con uno menos durante sesenta minutos. El Atlético hizo lo que pudo ante un equipo superior (ya con Modric y Ramos) y apostó todo a Arda, haciendo que Griezmann fuera más a la presión que al balón. Un exceso de pasión turca lo dejó con diez y ahí murió de a poco. 

-Séptima, Messi. El mayor talento del fútbol en las últimas décadas juega ante la Juventus dentro de dos semanas. Hace diez años y nueve meses ya jugó contra ellos. El hombre perro tiene el honor de ser el único jugador cuyo nombre ha sido coreado en el Camp Nou en su primer partido como titular.

Licencia de Creative Commons
Ciudad Artefacto by Sergi Falcó is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Internacional License.